-Hoy no seré un gato -se dijo-, ni tomaré la avena en el cuenco. Hoy vestiré el traje oscuro y pasearé por los viñedos. Haré pintar la tapia de algún color más alegre, que vaya bien con la fuente de piedra y los rosales. A mediodía daré un banquete a los peones y el amo pagará los latigazos del último mes.
De los establos tomaré al caballo blanco e iremos a trote hasta el río, donde está aquella muchacha morena. La miraré a los ojos, a sus ojos pardos la miraré a ella, irresistible. Caerá en mis amores y, tomándola por el talle, la besaré como nunca la han besado, nos tumbaremos en la hierba hasta el amanecer.
Entonces me sacaré el traje oscuro, devolveré al caballo blanco a los establos, haré reverencia al amo, volveré a este, mi rincón, y tomaré la avena en el cuenco, pues tan sólo soy un gato.